domingo, 22 de julio de 2012

MIRE ATRÁS AL BAJAR

No recuerdo qué hice ese día, después del beso de Graciela. No recuerdo si hicimos algo con Claudio o volví enseguida a mi casa. No recuerdo si hablé con Graciela del asunto en ese momento o unos días más tarde.

A partir de ahí fue que ella adoptó y adaptó mi metáfora sobre el colectivo.

—Uno puede subirse, viajar un rato y bajarse cuando quiera —me dijo.

Me ofrecía algo informal. Ya me conocía lo suficiente como para saber que si yo me sentía sujeto, iba a huir de inmediato. De modo que su estrategia era esa: hacerme creer que, en todo momento, la puerta estaría abierta. Que sólo bastaba con tocar el timbre.

Sí recuerdo que la vez siguiente que nos vimos, fuimos de nuevo al Parque Centenario. Ella quería rehacer la experiencia desagradable que había tenido conmigo en ese lugar. Así lo expresó. Como si volviésemos la cinta atrás, nos sentamos en el mismo banco que en aquella ocasión. Y ahí, ella modificó el pasado. Borró el recuerdo feo y torció el destino. Esta vez, yo le decía . Esta vez, mi cuerpo le daba la bienvenida.

Se sentó mirando hacia el lago artificial. Me pidió que me sentara al revés, mirando hacia el otro lado. Dijo que así sería más cómodo. Transamos. Me habló de tener sexo. Le conté de mi fimosis. Creyó que le mentía para no coger con ella. Finalmente, se convenció de que decía la verdad. Para esa época, yo ya había tomado la determinación de operarme. Ya me había visto un urólogo y me había derivado a otro para tener una segunda opinión. Tenía turno para unos días después. Le conté todo eso.

A la semana siguiente, viajó a Ushuaia, a visitar a Roxana y a Jennifer. Se quedó una quincena. Día por medio, me llamaba al laburo para saludarme. Comencé a escuchar las campanas de Hellraiser.

Esta mina no tiene tanta guita como para darse el lujo de llamarme larga distancia tan seguido, me dije. «Algo informal» las bolas. Esta mina se está enganchando en serio.

Me di cuenta de que no sería tan fácil bajar del colectivo. Realmente, el viaje no duraría mucho. Pero iba a tener que arrojarme del vehículo en movimiento.

martes, 10 de julio de 2012

PALABRA DE DIOS: JOSÉ

    Génesis, capítulos 35 y 37.

  Después de la masacre de Siquem, Jacob y familia mudaron su campamento a otra parte de Canaán, para evitar represalias por parte de los vecinos del lugar.
  Camino a Efrata —que es Belén, donde muchos años después nacería otro chiquito importante—, Raquel parió al último hijo de Jacob y tuvo duro trabajo en el parto, luego y a consecuencia del cual murió. Y acaeció que al salírsele el alma, le nombró Benoní, que significa «hijo de mi dolor». Mas su padre le llamó Benjamín, que significa «hijo de la diestra». ¿Por qué? Qué sé yo. ¿Porque Raquel era diestra en el arte de parir críos aun estando moribunda?
  Después se trasladaron a un lugar que no entiendo cuál es, pero no importa. Seguimos en Canaán, eso es seguro.
   Y acá empieza la historia de José.
  Jacob amaba a José más que al resto de sus hijos —otra historia de favoritismos parentales—. (1) Viendo sus hermanos que le amaba su padre más que a todos ellos, lógicamente, le odiaban. (2) Además, José solía botonearlos, llevando noticias de sus malas conductas a Jacob. (3)
   Un día, José tuvo un sueño y lo contó a sus hermanos.
  —Oíd, os ruego, este sueño que he soñado —dijo—. He aquí, estábamos atando gavillas en el campo. Y he aquí que se levantó mi gavilla y se quedó derecha. Mientras que vuestras gavillas, poniéndosele alrededor, se inclinaban ante la mía.
  Oh, en este sueño yo veo símbolos fálicos. Veo once pijas flácidas inclinándose ante una erecta. Y los hermanos de José lo interpretaron de modo similar.
   —¿Reinarás tú sobre nosotros? —le dijeron, y le aborrecieron todavía más a causa de sus sueños y sus palabras.
   Yo no sé si José contaba estos sueños porque era un pelotudo o porque era un engreído de mierda. El hecho es que no paraba de tirar leña al fuego.
  Al tiempo tuvo otro. Este lo contó a su padre, además de a sus hermanos.
   —He soñado otro sueño más —dijo—. He aquí que el sol y la luna y once estrellas se inclinaban ante mí.
   A Jacob tampoco le gustó esto, y lo cagó a pedos.
   —¿Qué sueño es este que has soñado? ¿Hemos en verdad de venir, yo y tu madre y tus hermanos, a postrarnos en tierra delante de ti? (4)
  Una vez que sus hermanos habían ido a apacentar el ganado de la familia, Jacob llamó a José.
   —Heme aquí —dijo él.
  —Ruégote vayas y veas cómo están tus hermanos —dijo Jacob—, y cómo se halla el ganado. Y tráeme la respuesta.
   Porque el señorito no laburaba como el resto. Pero vigilanteaba.
   Fue, entonces, José en busca de sus hermanos. Más ellos le vieron a lo lejos y conspiraron contra él.
  —¡Mirad, ahí viene ese soñador! —dijo uno—. Ahora pues, venid, matémosle y echémosle en uno de estos pozos. Y diremos que alguna bestia feroz le ha devorado. Entonces veremos en qué vendrán a parar sus sueños.
   Pero Rubén, el mayor de todos ellos, intervino.
  —No le matemos —dijo—. Mejor, tirémoslo en uno de los pozos nomás, y dejémoslo ahí.
   Ya que planeaba sacarlo, más tarde, y llevarlo de nuevo a Jacob. (5)
   José llegó a sus hermanos, y ellos lo despojaron de su túnica —una muy bonita, de muchos colores, que le había hecho su amado padre (6) — y lo arrojaron al pozo.
  Después se sentaron a morfar. En eso, pasó una caravana de mercaderes ismaelitas —descendientes de Ismael, hijo de Abraham y Agar—. Y a Judá, hombre práctico, se le ocurrió una idea.
  —Che, ¿de qué nos aprovecha matar a nuestro hermano? —dijo—. Mejor vendámosle a estos ismaelitas y hagámoslo guita, boludo.
   —Seeeee —dijeron los demás.
   Sacaron a José del pozo y lo vendieron por veinte piezas de plata.
  Cuando Rubén volvió —la Biblia no nos dice adónde ni en qué momento se había ido, yo supongo que interrumpió la comida para ir a cagar a otro de los pozos—, descubrió lo que habían hecho sus hermanos y desgarró sus vestiduras.
   Esto de desgarrarse las vestiduras siempre me causó gracia. Me imagino que cada vez que les pasaba algo malo, los hebreos andaban por ahí, llorando a los gritos, la ropa rota, las bolas al aire. 
  Antes de volver a casa, los hermanos degollaron a un macho cabrío —otro animalito que la liga— y mancharon con su sangre la túnica de José. Y la llevaron a su padre.
 —Che, viejo —le dijeron—, ¿esta no es la túnica de José? La encontramos tirada por ahí. (7)
  —¡La túnica de mi hijo es! —dijo Jacob—. ¡Alguna bestia feroz le habrá devorado! ¡Sin duda ha sido despedazado José!
   Y también desgarró sus vestiduras. Por muchos días lloró la pérdida. Su familia intentaba consolarlo, pero él respondía:
   —¡Lamentaré a mi hijo hasta la sepultura! (8)

     (1) Génesis 37:3  
     (2) Génesis 37:4
     (3) Génesis 37:2
     (4) Génesis 37:10
     (5) Génesis 37:22
     (6) Génesis 37:3
     (7) Génesis 37:32
     (8) Génesis 37:35