domingo, 30 de septiembre de 2012

CELESTINO

  Viajamos en el Taunus de Ulises. Pamela, Roxana y yo. No recuerdo de dónde venimos ni por qué terminamos los cuatro solos.
  Yo voy junto a Ulises, las dos hermanas detrás. Pamela me habla todo el viaje. Se ríe. Me toca. Yo respondo con monosílabos. Apenas si tuerzo la cabeza para mostrarle mi perfil con una mueca que no se esmera demasiado en parecer una sonrisa. Lejos de hacerla desistir, eso parece incentivarla a hablarme más y a mayor volumen. Ríe estridentemente, me toquetea más todavía con esas manos enormes que parecen zarpas.
  Los otros dos van en silencio. Roxana mira por la ventanilla con aire ausente. Quisiera que fuera ella la que me habla y me toquetea. Ulises no desvía la vista del camino, pero tiene una leve sonrisa. No podría jurar que la escena le cause gracia. Tal vez ni siquiera nos escucha. Sucede que su cara neutra es así: esa sonrisita de niño de cinco años hiperdesarrollado.
   Cuando quedamos los dos solos, compruebo que sí estaba atento.
   Se ríe.
   —¡Qué ganas que te tiene mi hermana! —dice—. ¡Está re alzada!
   Sonrío incómodo sin decir una palabra.
   —¿Te gusta? —me pregunta.
   Me sobresalto.
   —No…
   Se ríe.
   —¡Claro! ¡¿Qué te va a gustar si es re fiera?!
   La situación me tiene en jaque. No sé qué decir, qué cara poner. Sonrío nervioso.
   De pronto, sus ojos se iluminan. Click. En su cabeza, se acaban de atar varios cabos.
   —¡A vos la que te gusta es Roxana!
  Su expresión es de sorpresa y alegría. La mía es una mueca que debe hacerme ver bastante estúpido.
   —¿No querés que hable con ella? —me pregunta.
   —¿Eh?
   —Que hable con ella para hacerte gancho, boludo…
   —No…
   —¡Dale, boludo, yo le hablo y seguro que la convenzo!
   Me río.
   —¿Qué sos? ¿El proxeneta?
   —¿Eh?
   —El cafisho…
   —¿Eh?
   —Nada…
   Dos veces no entendió. Sin embargo, terminé con la cara entera.
   Me salvé de milagro.

lunes, 24 de septiembre de 2012

DIOS TIENE UN PROGRAMA EN UTILÍSIMA

    Éxodo, capítulo 24 al 31.

  Luego de que Dios le hubo transmitido los mandamientos y las otras leyes, Moisés bajó del monte Sinaí y se reencontró con los suyos. Y refirió al pueblo todas las palabras de Jehová, y todas sus leyes. Y respondió todo el pueblo a una voz: «¡Nosotros haremos todo cuanto Jehová ha dicho!».
  Y Moisés escribió todas las palabras de Jehová en un libro, y los hebreos mataron muchas vacas en honor a Jehová. Y Moisés tomó la mitad de la sangre y la puso en tazones, y la otra mitad la roció sobre el altar. (1) Y la sangre que había en los tazones, la roció sobre el pueblo. (2)
   ¡Entre el desgarro de vestiduras y esto, no hay ropa que dure!
   Después, Dios le chifló a Moisés y le pidió que suba al monte de nuevo. (3) Y estuvo Moisés en el monte cuarenta días y cuarenta noches.
   ¿Haciendo qué?
   Recibiendo instrucciones de cómo construir un santuario para Jehová.
   —Conforme a todo lo que yo te muestro, el diseño de la habitación y el diseño de todos los utensilios, así lo harás.
  Porque Jehová es un dios que le da mucha importancia a este tipo de cuestiones. Los que acusan a la Iglesia, con su Vaticano repleto de oro, de no ser consecuente con lo que se promulga en las Sagradas Escrituras no han leído entero en Viejo Testamento. Se han quedado con la historia del flaco ese que andaba en harapos diciéndole a la gente que abandonara sus bienes materiales. Pero ese personaje aparece recién en la última temporada, y los guionistas son otros.
   Por empezar, Dios quiere mucho oro. Un arca de madera para guardar las tablas de la ley, cubierta de oro. (4) Las varas para transportar el arca, cubiertas de oro. (5) Arriba del arca, dos angelitos de oro. (6) Una mesa de oro, platos de oro, cucharas de oro, copas de oro, tazas de oro, un candelabro de oro. (7)
  Además, a la hora de describir el diseño de los elementos, es un obsesivo.
   —Harás un candelabro de oro puro —dice—. Su tronco y sus brazos, sus copas, sus globitos y sus flores serán de lo mismo. Y habrá seis brazos saliendo de sus dos lados: tres brazos del candelabro de un lado de él y tres brazos del candelabro del otro lado de él. Y tendrá en cada brazo una serie de tres copas en forma de flores de almendro, cada una con un globito y una flor. Mas en el tronco del candelabro habrá una serie de cuatro copas en forma de flores de almendro, con sus globitos y sus flores. De manera que habrá un globito debajo de dos de los brazos que salen del tronco, y un globito debajo de otros dos de los brazos que salen de él, y un globito debajo de los dos brazos restantes que salen de él, conforme al número de los seis brazos que salen del candelabro. (8)
   O:
   —Harás también sobre el pectoral cadenillas, a maneras de trenzas, de hechura ensortijada, de oro puro. Y harás sobre el pectoral dos anillos de oro y fijarás las dos cadenillas de oro ensortijadas a los dos anillos, en los extremos del pectoral. Y los otros dos extremos de las dos cadenillas ensortijadas los pondrás sobre los dos engastes y los fijarás sobre las hombreras del efod, por su parte delantera. Y harás otros dos anillos de oro y los pondrás sobre los dos extremos inferiores del pectoral, en el borde que está hacia el revés del efod, por el lado de adentro. También harás dos anillos de oro y los fijarás sobre las dos hombreras del efod, hacia abajo, por la parte delantera de ellas, cerca de su enlace, por encima del cinto del efod de labor primorosa. Y atarán el pectoral por medio de sus anillos a los anillos del efod, con un cordón de Jacinto, para que permanezca sobre el cinto del efod de labor primorosa; y no se ha de separar el pectoral del efod. (9)
   A mí no me joden. Seguro que Moisés llevaba encima una birome y una libretita. Si no, no hay manera de que haya podido acordarse de todas estas pelotudeces.
   Dios no deja nada librado al azar. Detalla, incluso, como han de ser los calzones de sus sacerdotes.
   —Harás también para ellos calzoncillos de lino blanco, para cubrir su desnudez. Alcanzarán desde los lomos hasta los muslos. Y los llevarán Aarón y sus hijos siempre que entren en el Tabernáculo de Reunión o cuando se lleguen al altar para ministrar en el Santuario, para que no lleven iniquidad y así mueran. (10)
   Y dio a Moisés, al acabar de hablar con él en el monte Sinaí, las dos Tablas del Testimonio. Tablas de piedra, escritas con el dedo de Dios.

      (1) Éxodo 24:5, 6
      (2) Éxodo 24:8
      (3) Éxodo 24:12
      (4) Éxodo 25:10, 11
      (5) Éxodo 25:13
      (6) Éxodo 25:18
      (7) Éxodo 25:23-29, 31
      (8) Éxodo 25:31-35
      (9) Éxodo 28:22-28
      (10) Éxodo 28:42, 43

miércoles, 12 de septiembre de 2012

CIVILIZACIÓN O BARBARIE

   Pizzería Banchero, calle Corrientes, hace dos meses.
  Dana Eva —amiga mía, cordobesa, conocida a través de este blog—, Belén —amiga suya— y yo. Cenando, después de haber disfrutado de una tarde de risas y charla animada. Nos levantamos, nos disponemos a salir. Pero antes de que lleguemos a la puerta, algo rompe la armonía de la velada.
   Desde atrás, alguien me hace a un lado con violencia. Esas cosas raras de la cabeza, por más que tengo frente a mí la espalda de Dana Eva, por unos instantes pienso que la que me empuja es ella. La mujer, unos cuarenta años, alcanza a Dana Eva, la sujeta del pelo y tira con fuerza hacia atrás. Belén ve la mano de la mujer y cree que es mía. Qué confianza…, piensa. ¡Eso debe doler! La mujer insulta. La conoce, pienso. Le tiene bronca por algo. Le va a gritar «¡puta de mierda, te cogiste a mi marido!», o algo así. Pero no puede ser…, me digo. Ella vive lejos… «¡Ay!», exclama Dana Eva, y se voltea. Mira a la mujer con sorpresa, los ojos grandes más grandes que nunca. «¡¿Qué te hice?!», le pregunta. «¡Me pasaste por encima con la mochila!», responde la mujer. Da media vuelta y vuelve a su mesa.
   Quedamos perplejos, parados, todavía en el interior del local. La gente, mozos y clientes, nos mira. «¿Qué pasó?», nos pregunta alguien. «Dice que la empujé con la mochila…», responde Dana Eva, la sonrisa nerviosa, los ojos aún enormes. Comentarios poco comprometidos de varias personas. Están de nuestra parte, pero con moderación.
   El corazón me late fuerte y tengo una roca instalada en el estómago. A lo largo de mi vida, he tenido esta sensación varias veces, y no me gusta. No quiero sentirla. ¿Dejamos esto así o hacemos algo?, pienso en preguntarle a Dana Eva. Aborto la pregunta. Mi cabeza, acelerada, piensa varias cosas a la vez. Propone, evalúa, descarta, propone, evalúa, descarta. Busco a la mujer con la mirada. Una de sus compañeras nos mira y se ríe. Mi cabeza se ensancha, se vuelve del tamaño de una habitación. Un ambiente del tamaño del ambiente en el que estamos, superpuesto a este. Yo estoy en el centro de ese lugar, el mío, he quedado separado del resto. Donde estoy, no hay sonido, sólo el latido de mis sienes. Veo una mesa sin ocupantes, una botella, un vaso con agua. Y lo que experimento está a medio camino entre la reacción por impulso y el acto premeditado. La mujer se comportó salvajemente. Yo decido dar el paso desde civilización a barbarie. Pero, a su vez, esa decisión es fruto de un impulso. Un impulso que decido no refrenar. Una columna me tapa la visión. Doy un paso al costado para mirar si hay algún macho sentado a la mesa. Negativo: son todas hembras, unas seis o siete. Tomo el vaso. Me dirijo hacia ellas. Identifico a la que busco. Pienso que me va a ver venir y se va a poner en guardia, pero no me reconoce. Llevo el vaso pegado al muslo, mi cuerpo lo oculta de su visión. Llego junto a ella y le arrojo el agua a la cara.
   Doy media vuelta. Me alejo. La escucho gritar. Me salpican unas gotas de algo. Intenta vengar mi afrenta con el mismo gesto, pero no le sale. Pienso que en cualquier momento sentiré sus manos encima. No se atreve. Llego a la puerta.
   Afuera, Belén abraza a Dana Eva, consolándola. Salieron antes que yo, no vieron lo que acaba de suceder.
   —Vamos —les digo.
   —¿Qué le dijiste? —me pregunta Dana Eva.
  —Nada —respondo. Miro hacia un lado, hacia el otro. Busco el obelisco. Tardo en ubicarme. Estoy como drogado. Señalo la 9 de Julio—. Vamos.
  Mi pulso sigue acelerado. La sensación en el estómago persiste. Se disipará unas cuadras más adelante.
   Miro a Dana Eva. Le sonrío.
   —¡Buenos Aires te da la bienvenida!

domingo, 2 de septiembre de 2012

ALGO SOBRE LAS LEYES DE LOS HEBREOS

     Génesis, capítulo 40 al 50.
     Éxodo, capítulo 1 al 23.

   Estábamos en que a José lo pusieron preso por pelotudo.
   Tecla de avance rápido.
  Vamos a pasar velozmente algunas cosas que, más o menos, conocemos todos.
  En la cárcel, José conoce al copero y al panadero del faraón, que estaban presos por haber delinquido contra su señor. José les interpreta unos sueños. Al copero le dice que el faraón lo perdonará. Al panadero, que el faraón lo va a hacer cagar fuego. En ambos casos, acierta.
  Dos años después, el faraón tiene un sueño que los sabios de su corte no saben interpretar: el famoso sueño de las siete vacas flacas que se morfan a las siete vacas gordas. Y el copero se acuerda de José.
 —En la cárcel había un chaboncito hebreo que la tenía re clara interpretando sueños —dice, y el faraón lo manda a buscar. (1)
  José interpreta. Las siete vacas gordas simbolizan siete años de gran abundancia para Egipto. Las siete vacas flacas, siete años de hambre que vendrán después.
   —Vos hacé una cosa, faraón —dice—. Los siete primeros años, guardá morfi para usarlo los otros siete. ¡Y listo!
   El faraón, encantado con José, lo nombra su mano derecha para que se haga cargo de la administración de los víveres del país durante los próximos catorce años.
  Durante los segundos siete años, el hambre no arrecia sólo en Egipto, sino en toda la tierra. De modo que viene gente de todas partes a comprarles morfi a los egipcios. Y el que se encarga de atenderlos, es José.
  Y entre toda la gente que viene a comprar, un día aparecen sus hermanos. Ellos no lo reconocen —esas maravillas que solo ocurren en los cuentos de hadas—; pero él a ellos, sí. Aprovechando esto, José se burla de ellos y los hace sufrir un cacho, (2) pero luego no se aguanta y, llorando, les confiesa su identidad. Todos se abrazan, se perdonan, se reconcilian. Sabiendo que José está vivo, Jacob también viaja a Egipto a reencontrarse con su hijo. Lloran, se abrazan. Toda la familia se instala en Egipto y goza del favor del faraón, ya que José es su siervo favorito.
   Pasa el tiempo. Jacob, José y sus hermanos van muriendo hasta que no queda ninguno. Solo sus descendientes, que son muchos. Tantos, que el nuevo faraón —que no conoció a José ni le guarda gratitud— teme que alguna vez este pueblo que alberga en su tierra se subleve contra él. Por eso, decide someterlo obligándolo a hacer trabajos forzados de extrema dureza. (3) Y como los hebreos siguen multiplicándose en abundancia, el faraón ordena que se mate a todos sus niños varones apenas nazcan, que solo se conserve con vida a las niñas.
   Bueno, todos sabemos que Moisés se salva de esta porque su vieja lo pone en un moisés y lo tira al río. Y en el río, lo descubre la hija del faraón, que se está bañando, se compadece de él y lo adopta.
   Después, Moisés crece. Y un día que anda por el desierto apacentando las ovejas de su suegro, se encuentra con Dios, que toma la forma de una zarza ardiente que habla —ni en El Señor de los Anillos pasa algo así—.
   —¡Moisés! ¡Moisés! —dice la zarza.
   —Heme aquí —dice Moisés.
   —Así como me ves, yo soy el Dios de tu padre —dice la zarza—, el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. He visto la aflicción de mi pueblo que está en Egipto, y he escuchado su clamor. Y he descendido para libertarle de la mano de los egipcios, y para hacerle subir de aquella tierra a una tierra buena y espaciosa. Ahora pues ven, y te enviaré al faraón, para que saques a mi pueblo, los hijos de Israel, de Egipto.
  —¡Nadie me va a creer que hablé con una zarza que es Dios! —dice Moisés—. ¡No me van a dar pelota! (4)
   Entonces, Dios le enseña unos trucos de magia para que la gente le crea. (5)
   Así y todo, le cuesta un huevo convencer al faraón de que deje salir a los hebreos de Egipto. Hacen falta las diez plagas que Dios le va mandando, una a una, para lograr que, finalmente, dé el brazo a torcer. Esto sucede porque Dios influye en el faraón para volverlo testarudo y, así, poder mandarse la parte.
  —Yo he hecho obstinado su corazón —dice—, para manifestar estas mis señales en medio de ellos; y para que puedas contar en oídos de tu hijo, y del hijo de tu hijo, cómo yo hice maravillas en Egipto. (6)
  Después de que los hebreos salen, Dios manipula al faraón para que persiga a los hebreos, y así poder matar a los egipcios en una soberbia exhibición de poder.
  —He aquí que yo endureceré el corazón de los egipcios para que vayan tras ellos —dice—. Y me glorificaré en el faraón y en todo su ejército, y en sus carros y en su gente de a caballo. (7)
   Después, Dios amenaza al pueblo de Israel.
   —Si oyeres atentamente la voz de Jehová, tu Dios, e hicieres lo que es recto a sus ojos, y prestares oídos a sus mandamientos, y guardares todos sus estatutos, entonces no enviaré sobre ti ninguna enfermedad de las que envié sobre los egipcios. (8)
  Porque al torturar y asesinar a los egipcios, Dios mata a dos pájaros de un tiro, ya que tamaña exhibición de poder le sirve también para mantener subyugados a los hebreos mediante el miedo.
  Después, comienza el peregrinaje del pueblo de Israel por el desierto, llueve el maná del cielo, etc., hasta que llegan al monte Sinaí. Moisés sube al monte, donde Jehová le transmite los diez mandamientos. Y no solo los diez mandamientos, sino también una serie de leyes, menos conocidas que aquellos, algunas de las cuales quiero destacar.

 - El que hiriere a un hombre de modo que muera será muerto irremisiblemente. Salvo que lo hubiese hecho por accidente. En ese caso, se lo albergaba en una ciudad en la que se lo protegía de las posibles represalias de los familiares del muerto. (9)

  - El que pegare a su padre o a su madre será muerto irremisiblemente. (10)

   - El que hurtare a una persona y la vendiere, o aun si fuere hallada en su poder, será muerto irremisiblemente. (11)     

 - El que maldijere a su padre o a su madre será muerto irremisiblemente. (12)

   - Cuando alguno hiriere a su esclavo o a su esclava con palo, de modo que muera bajo su mano, el muerto será vengado irremisiblemente. Mas si sobreviviere por un día o dos, no será vengado, por cuanto era de su propiedad. (13)

  - Si alguno hiriere el ojo de su esclavo o el ojo de su esclava, y lo destruyere, le dejará ir libre a causa de su ojo. Asimismo, si hiciere saltar un diente a su esclavo o un diente a su esclava, le dejará ir libre a causa de su diente. (14)

   - Cuando un buey acorneare a hombre o a mujer, de modo que muera, será apedreado irremisiblemente aquel buey, y no será comida su carne; mas el dueño del buey quedará absuelto. Pero si el buey hubiere sido acorneador anteriormente, y se le hubiere notificado al dueño, y él no lo hubiere encerrado, a él también lo hacían cagar. (15)

   - Si un ladrón fuere hallado forzando una casa de noche, y fuere herido de modo que muera, el que le hirió no será reo de homicidio —allá lejos y en aquel entonces, también hubieras zafado, Etchecopar—. Pero si esto ocurría de día, sí era culpable de homicidio. (16)

  - Si un ladrón no tenía con qué devolver lo que había robado, era tomado como esclavo. (17)

   - A la hechicera no le permitirás vivir. (18)

   - Todo aquel que se ayuntare con bestia será muerto irremisiblemente. (19)

  - Aquel que ofreciere sacrificio a dios alguno, excepto tan solo a Jehová, será enteramente destruido. (20)  

   - Irá mi Ángel delante de tu faz. Y te llevará al amorreo, y al heteo, y al perezeo, y al cananeo, y al heveo, y al jebuseo. Y yo los destruiré.
  No te postrarás ante sus dioses, ni les darás culto. Y no harás conforme a sus obras. Al contrario, destruirás completamente los dioses de ellos, y desmenuzarás sus columnas.
    No hagas pacto con ellos ni con sus dioses.
   Ellos no han de habitar en tu tierra, no sea que te hagan pecar contra mí, sirviendo a sus dioses; porque esto sería causa de tu ruina. (21)

  Como verán —y como ya dije anteriormente—, eso de que Dios es Amor y de que todos somos iguales ante sus ojos, lo inventaron más tarde los cristianos, para captar prosélitos.
  Hay algunas leyes más en Levítico, Números y Deuteronomio. Las veremos en unos meses. Espero que, hasta entonces, por no conocerlas, no infrinjan alguna sin saberlo.
   Dios se apiade de los seguidores de este blog.
   Amén.

     (1) Génesis 41:12, 13
     (2) Génesis 42:9, 17, 24
     (3) Éxodo 1:10-14
     (4) Éxodo 4:1
     (5) Éxodo 4:2-8
     (6) Éxodo 10:1, 2
     (7) Éxodo 14:17, 18
     (8) Éxodo 15:26
     (9) Éxodo 21:12-14; Números 35:10-15; Deuteronomio 4:41-43; 19:1-6
     (10) Éxodo 21:15
     (11) Éxodo 21:16
     (12) Éxodo 21:17
     (13) Éxodo 21:20, 21
     (14) Éxodo 21:26, 27
     (15) Éxodo 21:28, 29
     (16) Éxodo 22:2, 3
     (17) Éxodo  22:3
     (18) Éxodo 22:18
     (19) Éxodo 22:19
     (20) Éxodo 22:20
     (21) Éxodo 23:23, 24, 32, 33