domingo, 30 de diciembre de 2012

DIOS MANDA A MATAR A UNOS


      Números, capítulos 15 y 25.

   Mientras estaban los hijos de Israel en el desierto, hallaron a uno de los suyos recogiendo leña un sábado, día de descanso.
   Y le presentaron ante Moisés y Aarón y toda la Congregación.
   Y le pusieron en prisión, porque no se había declarado qué habían de hacer con él.
  Entonces, Jehová dijo a Moisés: Irremisiblemente será muerto ese hombre. Mátele a pedradas toda la Congregación.
   Y toda la Congregación le sacó fuera del campamento, y le apedrearon de modo que murió, como Jehová había mandado a Moisés. (1)

  Y mientras habitaba Israel en Sitim, comenzó el pueblo a cometer fornicación con las hijas de Moab.
   Porque estas convidaron al pueblo a los sacrificios de sus dioses, y comió el pueblo, y postróse ante los dioses de ellas.
   De manera que Israel entregóse a Baal-peor, y encendióse la ira de Jehová contra Israel.
   Y Jehová dijo a Moisés: Toma a todos los jefes del pueblo y ahórcalos delante del sol, en desagravio a Jehová, para que la ardiente ira de Jehová se aparte de Israel. (2)

      (1) Números 15:32-36
      (2) Números 25:1-4

domingo, 23 de diciembre de 2012

MADRINA

En la cama, después de haber tenido sexo.

—Pensar que yo te estoy enseñando todo para que el día de mañana te disfrute otra —dice.

—…

—Las caricias que yo te enseño se las vas a hacer a ella. Los besos que yo te enseño se los vas a dar a ella.

—…

—Porque un día vas a conocer a una chica y te vas a enamorar. Por ella sí vas a sentir amor.

—…

—Y ella se va a enamorar de vos. Y va a disfrutar de todo lo que yo te enseñé.

—…

—Yo te agradezco que seas sincero. Que nunca me hayas mentido. Sos medio bruto, no tenés filtros, pero lo prefiero así. Así no me hago ilusiones, así sé cómo son las cosas y estoy preparada…

La voz se le quiebra. Se queda un rato en silencio.

—¿Te puedo pedir algo? —me pregunta finalmente.

Dudo. No creo que me guste lo que va a pedirme, aunque no tengo ni la más pálida idea de lo que será. Volteo la cabeza y me encuentro con sus ojos negros, que se clavan en los míos —o se pegan, como imanes— y son el eco de la pregunta que antes hicieron sus labios.

Parpadeo.

—Decime…

—Cuando tengas un hijo, quisiera ser la madrina. ¿Te puedo pedir ese favor?

Esa no me la esperaba. Sos una caja de sorpresas, mujer. ¿Qué te respondo? Que sí, claro. Total quién me obliga a cumplir con mi palabra.

—Sí…

—¿En serio? ¿Me lo prometés?

—Te lo prometo.

Sonríe.

—Gracias. Es muy importante para mí.

Fantaseo.

Mi mujer acaba de dar a luz. El doctor corta y anuda el cordón. Nos sonríe. Pone al bebé en brazos de ella.

Se nota que ella es muy feliz, a pesar de que tiene la cara borrosa, porque aún no la conozco y no sé cómo serán sus facciones. Acaricia y besa a nuestro hijito. A él sí le veo la cara. Es una cara de bebé estándar, en la televisión se ven un montón. Toda fruncida, roja, con gesto de estar cagando.

Luego de un rato, el doctor nos dice que hay que higienizar al bebé, vacunarlo, esas cosas. Mi mujer se despide del pequeño con un último beso y se lo tiende al doctor. Él, a su vez, se lo tiende a una enfermera. Pero antes de que ella pueda tomarlo, algo extraño sucede.

Una columna de humo se interpone entre ellos. Brota de la nada. Gradualmente, va adoptando forma humana. Hasta que la distingo claramente: es Graciela. Viste una túnica negra y sus cabellos se alborotan por un viento cuya fuente es tan misteriosa como antes la del humo. Todos quedamos paralizados por la sorpresa. De pronto, recuerdo la promesa que no cumplí y comprendo. Pero ya es tarde. Graciela lanza una risotada, le arrebata el bebé al médico y huye de la sala. Mi mujer pega un grito. Un grito borroso, porque tampoco sé el nombre de mi hijo. Salgo de la sala en persecución de Graciela. La veo alejarse por el pasillo. Se dirige a una ventana que está abierta. Estamos en un piso elevado.

—¡No! —grito.

La atraviesa sin detenerse. La tela de su túnica flamea antes de perderse de vista.

—¡No!

Llego a la ventana. Apoyo las manos en el marco. Me asomo.

De Graciela, solo la tela negra que se desliza lenta por el aire.

Y una mancha roja en la acera.

Los restos de mi hijo estropeado contra el piso.

sábado, 15 de diciembre de 2012

CARNE POR LAS NARICES



     Números, capítulo 11.

   Estando en el desierto, un día, los hebreos se cansaron de comer maná.
   Y, llorando, clamaron:
   —¡Quién nos diera a comer carne! ¡Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto, y de los pepinos, y de los melones, y de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos! ¡Mas ahora nuestra alma se seca: no hay nada ante nuestra vista, sino este maná!
   ¿Qué es el maná?
  Justamente, «maná» significa «¿qué es?». Porque eso se preguntaban los hebreos la primera mañana que lo encontraron en el suelo.
   Entonces les dijo Moisés: Este es el pan que Jehová os da a comer.  (1)
   El maná llovía sobre el campamento por las noches, y por la mañana ellos lo recogían. (2) Era menudo como la escarcha y su sabor era como de hojuelas con miel; pero si lo guardabas hasta el día siguiente, criaba gusanos y hedía. (3)
  Y los hijos de Israel comieron el maná cuarenta años, hasta que llegaron a tierra habitada. (4) ¡Cuarenta años comiendo Zucaritas! Es natural que en algún momento se cansaran. Yo cené arroz durante un año y hoy día no lo puedo ni ver.
   Y oyó Moisés al pueblo, cómo familias enteras lloraban, cada cual a la entrada de su tienda; y encendióse la ira de Jehová en gran manera, y también a Moisés le pareció cosa intolerable.
   Y dijo Moisés a Jehová:
   ¿Por qué has tratado tan mal a tu siervo? ¿Por qué he hallado tan poca gracia en tus ojos que has puesto la carga de todo este pueblo sobre mí? ¿Acaso he concebido yo a todo este pueblo, y le he dado yo a luz, para que tú me digas: llévalos en tu seno, como la nodriza al niño de pecho, a la tierra que prometí con juramento a sus padres? ¿Y de dónde carajo voy a sacar carne para toda esta gente? ¿Me querés decir? (5)
   Y Jehová respondió a Moisés:
   —Dirás al pueblo: ya que habéis llorado en oídos de Jehová, diciendo «¡Quién nos diera a comer carne! ¡Mejor nos iba en Egipto!», Jehová pues os dará carne para que comáis. No por un día la comeréis, ni por dos días, ni por cinco días, ni por diez días, ni por veinte días; sino por todo un mes, hasta que os salga por las narices y os cause asco. (6)
  —Estamos hablando de seiscientos mil tipos —dijo Moisés—. ¿Y vos decís que vas a conseguir carne para que coman por todo un mes? ¿No es un poco mucho? Digo… (7)
   —¿Hase acortado la mano de Jehová? —dijo Dios—. Ahora verás tú si mi palabra se cumple o no.
  Entonces salió un viento de parte de Jehová, que arrebató una bocha de codornices desde el Mar Rojo y las dejó caer sobre el campamento. Y el pueblo estuvo levantado todo aquel día, y toda aquella noche, y todo el día siguiente, y recogieron codornices. El que menos, recogió diez montones. Y las tendieron a secar en los alrededores del campamento.
  Pero se encendió la ira de Jehová contra el pueblo, y la comida les cayó como el orto y se agarraron una peste de la concha de su madre.
  Y fue llamado aquel lugar Kibrot-hataava, sepulturas de la codicia, porque allí enterraron a unos cuantos hijos de puta que osaron pedir un cambio de menú. (8)

     (1) Éxodo 16:15
     (2) Números 11:8, 9
     (3) Éxodo 16:14, 20, 31
     (4) Éxodo 16:35
     (5) Números 11:11-13
     (6) Números 11:18-20
     (7) Números 11:21, 22
     (8) Números 11:33, 34

domingo, 2 de diciembre de 2012

INOCENCIA

Claudio G tiene un problema. Y no es la única persona, entre las que conozco, que lo tiene. Claudio G idealiza a las mujeres de las que se enamora.

En un principio, son poco menos que deidades. Son seres irreales a los que solo les falta volar y dejar una estela de luz para ser personajes de Disney. Luego de un tiempo, obviamente, sobreviene la desilusión. Se vuelven carne. Y la carne, por ley natural, se descompone.

Sus relaciones no sobreviven a esa metamorfosis.

La primera relación y la primera decepción que le conocí fue Natalia D. No recuerdo cuál fue el detonante de la ruptura. Tampoco importa. Porque el verdadero causante del corte fue ese shock de realidad.

A los dos meses, ella estaba saliendo con Ulises.

A pesar de haber sido él quien había terminado con el noviazgo, Claudio tomó esto como una traición. Por parte de ambos. A ella dejó de dirigirle la palabra —hasta un tiempo después, cuando se la volvió a garchar—. Y comenzó a tratar a su hermano con frialdad.

Para Ulises, este cambio de actitud fue desconcertante, no entendía qué lo había provocado.

En eso, y en otras cosas, Ulises me recuerda a algunos de los perros que yo paseaba.

Brownie, ponele.

Brownie agarraba un hueso durante el paseo. Luego de forcejear un rato, yo se lo quitaba de la boca. Él trataba de agarrarlo otra vez, yo lo sostenía en alto. Él quedaba en suspenso, toda la atención puesta en el hueso. Los ojos abiertos de par en par, la boca babeando, el cuerpo tenso, presto a saltar. Yo arrojaba el hueso lejos, él pegaba el tirón. Rascaba el piso tratando de arrastrarme, olfateando como una aspiradora.

—¡No! ¡Brownie, no! ¡No! ¡No!

Cinchando, lograba alejarlo —a él y a la manada— de la zona de conflicto.

Entonces, Brownie me miraba, perplejo, durante media cuadra.

Siempre supe lo que pensaba en ese momento.

—El hueso estaba bueno. Vos me lo quitaste. Pero en vez de comerlo, lo cual hubiese sido razonable, lo tiraste. ¿Me querés decir por qué hiciste algo tan irracional?

Ulises pensaba parecido. Eso es comestible. Vos lo dejaste. No hay razón para que yo no lo coma. Ni siquiera se planteaba la posibilidad de haber cometido una falta. Por eso no entendía el cambio de actitud de Claudio. No había relación entre ambos hechos. Yo estoy saliendo con Natalia. Claudio me mira con cara de orto. No hay nexo, son dos hechos independientes. No hay relación causa-efecto.

La misma falta de razonamiento que Sony, otro perro que yo paseaba.

Sony tiraba mucho y usaba collar de ahorque. El collar no servía, porque Sony nunca entendió que se ahorcaba porque tiraba. Otra vez: dos hechos que suceden independientemente el uno del otro. Tiro. Me ahorco. Sony nunca captó la relación entre ambos factores. Siempre tiró, siempre se ahorcó.

Así están las cosas un domingo que Claudio sube a la terraza del edificio de Graciela a fumarse un pucho.

Acodado en el tapialcito, contempla el barrio desde lo alto. Es una tarde soleada, los pajaritos cantan. Aparece Ulises con una cerveza.

—¿Cómo andás, chaboncito? —saluda alegremente.

Después de unos segundos, sin voltearse siquiera, Claudio contesta:

—Bien.

Ulises duda. Debe estar mal, piensa, por cosas suyas. Enseguida, recupera su aire jovial.

También se acoda en el tapialcito, junto a su hermano. Le ofrece la botella.

—¿Birra?

—No.

Los dos permanecen en silencio, mirando el patio de una casa vecina. Una señora tiende la ropa. Canta.

—¿Anoche saliste con los pibes?

—Sí.

—¿Adónde fueron?

—Soultrain.

—Me contó Camilo que en la puerta se armó cachengue…

Claudio no contesta. Mira otro patio vecino. Un perro se persigue la cola. Ladra, rasca una puerta, vuelve a perseguirse la cola.

—Che, tenés que venir a casa a conocer la moto nueva…

Del perro pasa al vuelo de unos pájaros. Se cruzan y entrecruzan formando una hélice de ADN. Diminuyen la velocidad a medida que se acercan a un cable de teléfono. Aletean, estiran las patitas. Claudio no los ve posarse. Recibe el impacto del puño de Ulises y los pájaros desaparecen.

Se da un cambio abrupto en el paisaje. Lo vertical se vuelve horizontal y viceversa. El azul del cielo es remplazado por cemento. La cara de Claudio choca contra el piso y se arrastra un trecho. Si su mejilla fuera un neumático, chirriaría.

Cuando todo cesa de moverse, Claudio se incorpora como puede. Su hermano lo mira con ojos húmedos, un niño herido en sus sentimientos. La boca abierta, sacude las manos sin encontrar las palabras. Hasta que exclama, con voz llorosa y estridente:

—¡¿Por qué me tratás así?!