domingo, 20 de julio de 2014

SE DICE DE MÍ

La foto es de Zdzisław Beksínski.


Las que siguen son cosas que se han dicho sobre mí —por escrito— en el lapso que va del año 1996 a la actualidad. No están en orden cronológico.


- Guille, Buenos Aires es un tango raro, no sabes cuánto se lo extraña. Y vos sos uno de esos cinco o seis motivos que a uno lo hacen soñar con el regreso.


- «Su memoria puede ser peligrosa, señor Altayrac», diría un político argentino en una habitación cerrada, con cuarenta grados y con vos atado a una silla.


- No sé si sos tarado mental o tenés alguna falla, pero de lo que estoy seguro es de que tus neuronas no están haciendo una correcta sinapsis. Igualmente, me gustaría que viviéramos cerca, y así poder encontrarnos y romperte un poco el culo a patadas. (…) Se ve que sos un reverendo pelotudo que no entiende muy claro las cosas cuando se las dicen de buena manera. (…) Te compadezco por tu nombre, es que parece de telenovela.


- Vos sos un pibe lindo y bueno, y seguro las minas hacen cola para estar con vos. Solamente tenés que prestar atención.


- Man, tus cosas fueron impresionantes, realmente muy duras, pero durísimas, de las que pocos sobreviven. Y verte tan firme en la persecución de tus objetivos como actor y dibujante me hace admirarte profundamente; porque creo que si la mitad de los mortales viven lo que viviste, o se pegan un tiro o no salen nunca más de la nada. Habla de cómo supiste aprovechar la «desgracia» para canalizarla en algo fructífero, de cómo tu inteligencia (de las más agudas que conocí en el último tiempo) y el aprendizaje de tu propia historia te llevan a tener claro lo que querés. (…) Sin duda, el dolor que sufriste se recondujo en forma de sabiduría, en forma de madurez.


- Pienso siempre en tu rostro, en muchos momentos del día y antes de irme a dormir. Si se ve triste o cargado de preocupación, tu mirada se transforma en una de las más profundas que conozco, y en alguna oportunidad sentí temor y no la pude sostener. Por belleza, por intensidad y por la identidad misma.


- Realmente no puedo creer lo infeliz, ingrato y miserable que sos. Tenés que aprender a ser humilde. (…) Sos un INGRATO y un cínico. HACETE CARGO DE TU VIDA. Nadie es culpable de ella sino vos. Te perdiste a una persona que te quiso ayudar y le escupiste en la cara. NO ME SACÁS UN MANGO MÁS. Si querés, haceme juicio. Eso sí: ponete en la cola, económicamente no tengo nada. Mandame una carta documento, Magoya la va a recibir con gusto. A partir de ahora, sos un ex empleado. Hablá con la contadora de esos inventos tuyos, a lo mejor te da bola. (…) ¿Sabés qué? Hace poco me encontré con Manuel, que nunca pidió nada, para darle plata y me dijo que lo clavaste con una heladera que nunca fuiste a buscar. Que lo despreciaste continuamente. A Sebastián también. Tenía una posibilidad de trabajo y te llamó, también lo despreciaste. «Depende de la propuesta», «Tengo todo mi dia ocupado»: frases de una persona que necesita trabajar... BAJATE DEL ÁRBOL. ADIÓS.


- Sos un genio. Realmente admiro tu actitud, pibe. ¡Ese es mi pollo!


- A veces, te veo como un niño pidiendo ayuda. Al mismo tiempo, la forma en que tomás las cosas con la mayor madurez y me sorprende (como a la vez me sorprende la tremenda sensibilidad que hay dentro tuyo y la pureza que existe en tu corazón).


- Al final, yo tenía razón en mis momentos de lucidez: sos la persona más fuerte que conozco. Qué orgullo haber formado parte de tu vida en momentos tan duros.


- Un tipo inteligente, alguien sin muchos complejos, amigo de sus amigos y con la suficiente cara dura de decir cosas que otros se guardarían para sí.


- La soledad te ha hecho: luchador por el tronco, por las ramas artista, por la raíz filósofo. El árbol más potente es el que está más solo.


- Te considero alguien lúcido, probablemente la persona más lúcida que conozco. Siempre hacés (te hacés a vos y a los demás) las mejores preguntas. Y eso, cuando uno está confundido, es fundamental. Hablar con alguien que, en vez de darte consejos pelotudos, hace preguntas. Las preguntas que profundizan el análisis.


- Pensás como un fascista, como un agitador fascista.


- Cuidate, y seguí siendo como sos: de espíritu noble y sincero.


- A Guillermo Altayrac le importan un carajo las apariencias. (…) ¿Qué es si no un artista de lo discordante el señor Altayrac?


¿Quién soy?

¿He de definirme a partir de cómo me ve el otro?

Si es así, ¿cómo he de integrar las contradicciones?

¿Qué otro modo tengo de definirme, de determinar mis coordenadas? ¿A partir de cómo me veo yo mismo?

Pero en el acto de mirarme a mí mismo, ¿no me convierto yo mismo en un otro?

Respecto a esto, ¿qué diferencia hay entre los otros y ese otro que soy yo cuando me miro?

¿Por qué habría de confiar más en mi propia percepción?

¿Por qué habría de confiar más en la del otro?

Nuestro modo de ver está condicionado por nuestra posición respecto al objeto observado. Te veo desde mí, desde mis propias características. Vistas desde aquí, ciertas características tuyas se destacan. Otras, escapan de mi vista, se pierden en mis puntos ciegos. Y al procesar lo que veo, lo cotejo con mi experiencia. El modo en que te veo depende de lo que he visto antes.

Y el modo en que te defino me define también a mí mismo.

Dime cómo me defines y te diré quién eres.

¿Está mal que me defina a partir de la mirada del otro?

¿Es insano?

¿Es peligroso?

¿La mirada del otro me restringe?

Pero siendo, como soy, un animal social, ¿no es razonable que me conozca a mí mismo a través de mi percepción de cómo repercuto en quienes me rodean?

¿Quién soy si no hay nadie que me mire?

Si un árbol cae en medio del bosque y no hay quién lo escuche, ¿de qué color es? (1)

¿Púrpura?

Según quién me mire, soy verde o anaranjado.

¿Soy fuerte? ¿Soy débil?

¿Soy noble? ¿Soy vil?

¿Soy un genio? ¿Soy un reverendo pelotudo?

La mirada del otro, según su idiosincrasia, destaca algunos de mis atributos por sobre los demás. Otros los distorsiona. Incluso, el otro proyecta sobre mí características que no son mías, sino de él. O que son las de un arquetipo que existe en su psiquis.

Por otro lado, yo también soy selectivo a la hora de desplegar mis características, según frente a quién estoy. Dependiendo del lazo que me une al otro y de las intenciones que tengo respecto a él. Esto ocurre tanto a nivel consciente como a nivel inconsciente.

¿Esto dificulta el encuentro real con el otro?

No.

Nosotros somos eso y también lo demás. Somos docenas de personas en una. Variamos durante el día y a veces, incluso, somos varios simultáneamente.

¿Para qué necesitamos definir al otro?

Para abarcarlo y así poder darle un lugar en nuestro esquema de la realidad.

Fijamos las coordenadas del otro sobre determinados ejes: amigo/enemigo, afín/opuesto, fuerte/débil, inteligente/tonto…

Si somos flexibles, esa estructura nos servirá de punto de partida para seguir explorando al otro y le iremos haciendo ajustes a medida que avancemos en ese proceso. Eventualmente, incluso, destruiremos la estructura completa y la reemplazaremos por otra. Así y todo, la estructura de base habrá sido necesaria como referencia.

Si somos rígidos, quedaremos atrapados en esa estructura. Todo lo que haga el pelotudo, por ejemplo, será prueba de que es un pelotudo. Ya no miraremos al otro, ya no buscaremos. No seguiremos preguntándonos, porque todas las respuestas estarán dadas de antemano. No veremos a la persona, sino el símbolo que tenemos en nuestra cabeza para representarla.

Algo parecido sucede con las anécdotas que hemos contado una y otra vez. ¿Realmente recordamos los hechos o solo recordamos las palabras que tantas veces hemos utilizado para narrarlos?

¿La objetividad absoluta es posible?

¿La objetividad absoluta es deseable?

Te veo desde mí. Me gustás. O no.

Mejor dejemos la objetividad a Dios.

Que, neutro, muera de aburrimiento.


(1) Gracias, Herman Toothrot.